Ser mujer negra, lesbiana y afrofeminista en la Cuba de hoy

Por Norma R. Guillard Limonta (Psicóloga Afrocubana, Feminista y Comunicadora. Miembro de la Sociedad Cubana de Psicología).

Estar juntas las mujeres no era suficiente, éramos distintas.
Estar juntas las mujeres gay no era suficiente, éramos distintas.
Estar juntas las mujeres negras no era suficiente, éramos distintas.
Estar juntas las mujeres lesbianas y negras no era suficiente, éramos distintas.
Cada una de nosotras teníamos sus propias necesidades y sus objetivos y alianzas muy diversas.

Audre Lorde

Introducción:

Antes de hablar del afrofeminismo en Cuba como concepto hay que remontarse un poco a la historia de lucha de las mujeres y los diversos procesos por los que ha pasado el feminismo en el mundo.

El feminismo, por su significación, no es exclusivo de las sociedades contemporáneas, ha existido a través de los siglos bajo formas diferentes, aunque es a partir de la industrialización cuando se mueve a escala mundial. Cuba, de alguna manera, no estaba apartada de estos procesos.

Desde antes de la Edad Media, la filosofía y la historia han ido nombrando personajes que si bien no se les llamaban feministas ya iban dando los pasos, cuestionándose el poder masculino como es el caso de las mujeres Pitagóricas, Theano, Phintys, Perictione, Aspasia, Safo, Las Hetairas, Glycera, Herpiles, Hiparquia con sus luchas por transformar estilos de vida a través de diferentes maneras de resistencia. Era una forma de influenciar en los hombres de esas épocas buscando modificaciones en la cultura, la política y las costumbres. Sus luchas contra la misoginia (rechazo a la mujer) forma parte de esta de batalla constante que aun hoy se libra.

A finales de la Edad Media se fueron logrando algunas victorias pírricas, se daban movimientos de debates que llevaban a rebatir esos pensamientos misóginos entre hombres y mujeres cultas, como “Las Preciosas Ridículas” quienes promovieron estas querellas que luego iban saliendo al espacio público.

Propiamente, se comienza a hablar de feminismo en los siglos XVIII y XIX, vinculados a la Revolución Francesa, también a la Modernidad, a la Ilustración, como un pensamiento antropológico que tuvo sus referentes en las ideas racionalistas e ilustradas de igualdad entre los sexos, de incorporación de la mujer a la Cultura y por ende a la liberación que esta implica y la conquista de los espacios públicos.

A finales del Siglo XVIII la teoría feminista es difundida ampliamente, las mujeres que lucharon y fueron protagonistas de la Revolución Francesa publicaron textos que tuvieron repercusión en la época y en sus vidas. No hay que olvidar el precio que tuvieron que pagar muchas de ellas por la defensa de los derechos. Por ejemplo, Olimpie de Gouges terminó guillotinada, a Mary Wallstonegraft la agredieron en su intento de madre soltera, a muchas las llevaron a huelga de hambre, al cierre de sus clubes, y otras barbaridades.

Nada de eso sirvió para detenerlas y salió a la luz el movimiento sufragista y entre sus voces Sereca Falls, miembro de la clase obrera y Betty Fredman. Este movimiento que se extendió por Estados Unidos e Inglaterra. Su influencia llegó a Cuba a través de Ana Betancourt, y se sumaron Emilia Casanova, Juana Borrego, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Camila Henríquez Ureña, Aurelia Castillo y Mari Blanca Alomá, entre otras aun no nombradas como la afrocubana María Damasa Jova. Llama la atención la atención en estos intentos por historiar el movimiento feminista cubano de este período la invisibilidad de las mujeres negras y mestizas que iniciaron la defensa de sus derechos en la revista Minerva ( Rubiera, Martiatu, 2011).

Muchas de las experiencias obtenidas por las siguientes generaciones de mujeres en Cuba son el resultado de un proceso de lucha por su igualdad dentro de la construcción del sistema social cubano, vivenciándose la necesidad de acciones específicas que la Federación de Mujeres Cubanas (F.M.C.) enfrentó.

Es válido reconocer, también, un grupo de acciones que, desde diferentes espacios de visibilización, se realizaron con enfoque de género como la Cátedra de la Mujer, en la Universidad de La Habana, la que impulsaron las Mujeres Comunicadoras Feministas desde el Comité Gestor de Magín, a través de la Unión de Periodistas con énfasis en los debates de Género y Comunicación. Allí se abordaron los términos de patriarcado, subordinación, sistema sexo-género. Reflexionándose sobre lo que significa ser mujer, sus limitaciones, deberes y cómo definir, diferenciar y conocer los distintos tipos de feminismos que versan sobre un modo de vida que está siempre en renovación, que ha conllevado a diferentes corrientes de pensamientos que hasta hoy se debaten.

En este proceso se identificaron diversos enfoques como el feminismo de la igualdad: corriente que se destaca por el aporte del concepto de división sexual del trabajo, visibilizando la desigualdad de los sexos. El feminismo de la diferencia, que destaca la importancia del reconocimiento de los cuerpos y la lucha de las mujeres por su total autonomía. Se valoró también la búsqueda de un enfoque nuevo en la revolución sexual, la necesidad de desmontar el poder absoluto que se le ha dado al pene, que perpetua el patriarcado. Buscábamos que las mujeres fueran capaces de definir lo que realmente nos es placentero y exigir nuestros derechos sexuales.

También cuando se habla de género _como una categoría que visibiliza la subordinación de las mujeres_ sale a la luz una serie de brechas, pliegues y fisuras donde el concepto de género se revela como una entidad donde las mujeres lesbianas, negras, latinas, pobres, no se sentían incluidas. Surge entonces la necesidad de otra visión del feminismo, más abarcadora y colectiva: el afrofeminismo. A partir de estas problemáticas muchas feministas han elegido el lesbianismo como acto político o el celibato como forma de oponerse a la subordinación sexual y sexista sin interés al poder de dominación que representa el pene. (Curiel, 2003)

Para poder entender todo el proceso por el que atraviesa el reconocimiento de una identidad lésbica desde la afrodescendencia hay que analizar las luchas que durante tantos años vienen enfrentando las feministas para ser reconocida como ciudadanas de derecho. Más adelante, discutiremos algunas de las valoraciones más actuales realizadas por destacadas afrofeministas como Alice Walker, bell hooks, Audre Lorde, Ochy Curiel, Sueli Carneiro, entre otras, que nos servirán de referentes. Ya que Cuba aún estamos camino a incorporar estos enfoques, los cuales considero no distan de nuestro proceso, como se demostraran próximos estudios.

En Cuba aun no contamos con la posibilidad de saber de los más de 11 167325 millones que tenemos en la población cuántas personas son lesbianas y cuántas bisexuales y mucho menos tener una idea de cuántas se asumen como lesbianas, pero de lo poco que sabemos, por entrevistas realizadas en un espacio de confluencia, es que la exclusión mayor que se da versa sobre la lesbofobia.

Con relación a la racialidad el censo refiere que en nuestra población somos 1 034 044 negros, de los cuales 491 299 son mujeres y 542 745 son hombres. En la población mestiza 1 478 591 son hombres y 1 494 291 son mujeres, pero tampoco es posible saber cuántas negras y mestizas son lesbianas. Ahora bien, las que han podido ser entrevistadas en relación a la discriminación, todas refieren haber sufrido diferentes niveles de discriminación o, de una manera u otra manera, rechazo. En algunos casos de forma triple: por mujer, negra, lesbiana y algunas por expresidiarias recibidas a veces por parte de las mismas congéneres lo que se relaciona con una fuerte lesbofobia que nos motiva a reflexionar sobre este tema casi invisible de ser mujer negra, lesbiana y feminista.

Ser mujer y negra

A las mujeres no nos enseñan a querernos, ¿por qué será?

La autoestima es el amor a la imagen de sí misma. Por lógica toda persona nos auto-conferimos un valor, que se refleja en la forma en que nos cuidamos, nos aceptamos y nos queremos; así como hacemos que los demás nos acepten como somos, respeten nuestras diferencias y especificidades de nuestra personalidad.

Cuando nacemos no tenemos pasado, ni experiencia de comportamiento, tampoco se tiene una escala de comparación para valorarse a sí misma. Es a través del proceso de socialización donde cada persona va formando sus propias valoraciones de cómo se ve a sí misma y de cómo la perciben los demás. El sentido de valor propio no se trasmite con los genes, este se aprende.

La autovaloración depende de las experiencias adquiridas con las personas que nos rodean, de los mensajes que vamos recibiendo en la comunicación respecto a nuestro valor como persona, primero en el seno de la familia, luego en la escuela, en los medios de comunicación y la sociedad en general.

A propósito de este tema, recuerdo que Alice Walker en su libro Buscando los jardines de nuestras madres nos propone hacer un viaje a los jardines de nuestras abuelas y bisabuelas. A ese territorio de la memoria colectiva donde, a veces, no somos capaces de adentrarnos. Walker las evoca como ejemplos de espiritualidad intensa. Ellas eran inconscientes de toda la riqueza que contenían, porque esas fuentes de creatividad eran incapaces de brotar en medio de la vida a la que a veces enfrentaban de matrimonios motivados más por la necesidad económica que por el amor, a parir hijos sin poder sentirse madres, eran sus únicas alternativsa para resistir a la prostitución. Aun así construyeron sus historias y relatos de resistencia. ((Walker, 2005).

Sus dramáticas historias, no reconocidas ni admiradas, y las valoraciones negativas van acumulando un estrés que provoca el racismo que literalmente afecta el cerebro. Ya hoy afortunadamente contamos con investigaciones al respecto. Dichos estudios describen cómo esta problemática produce cambios fisiológicos en el cerebro los cuales traen consigo que las personas mantengan una imagen negativa de sí misma, ya que los comentarios peyorativos generan angustias y por ende cambios químicos, que por suerte pueden ser reentrenados logrando la emancipación emocional.

La afrofeminista bell hook en su artículo “Alisando nuestro pelo” establece una relación directa y de dependencia entre el pelo y la autoestima de la mujer negra. (Hook, 2008). Cuenta, como una marca inolvidable, los olores de la mezcla de grasa con el peine caliente para llevar el pelo encrespado de las personas negras al laceado de las personas blancas, para así lograr experimentar la felicidad de lo nombrado como belleza en esa etapa. Tener el pelo lacio era haber nacido con buen pelo, pelo bueno ya suficiente para quitarte un comentario agresivo y subvalorado como cuando andas jugando y el pelo se desordena, y la orden de “recógete esas pasas” que a veces venia de la misma familia o el mote de “coqui pela” cuando este era corto por dificultad de crecimiento y no se movían con el viento. Lo que podía ser motivo de burla en la escuela, y con esto el desarrollo de un racismo interiorizado, el odio a sí misma por ese tipo de pelo que nos tocó.

El hecho de sentirse rechazada y desagradable con esa parte del cuerpo sin dudas no facilita un buen desarrollo de la personalidad al verse afectada la autoestima, la salud física y mental. No ha sido fácil desmontar, dentro del imaginario social, la opresión estética que la cultura de las personas blancas, desde tempranas edades, ejercen sobre las negras.

Aun hoy, a pesar del trabajo realizado por activistas negras por modificar la mentalidad colonizada que se resume en esa obsesión por tener el pelo lacio, y por mostrar una nueva estética y nuevas imágenes políticas que hagan surgir el amor por el pelo natural (“el afro” como se le llama), mostrando así la resistencia cultural frente a la opresión racista, encontramos ejemplos en estudios referidos por Bell Hooks (bell hooks) donde estudiantes negras en Spelman College defienden la importancia del pelo lacio para encontrar más aceptación en la búsqueda de un empleo.(Hooks, 2008)

No solo el pelo, como parte del cuerpo, ha sido un arquetipo de inferioridad para las persona negras, también la forma en que históricamente se ha representado su realidad ha impedido que ellos desarrollen el orgullo identitario de ser negro, a pesar de sus valiosas contribuciones en las guerras de independencia y a la historia de país desde muchos ángulos.

La interiorización de lo blanco como norma, y paradigma de lo humano sigue teniendo mucha fuerza. Se siguen desarrollando prejuicios y estereotipos con relación al color de la piel. Continuamos teniendo poca representación o estamos ausentes de los medios y cuando se nos representa algunas imágenes siguen siendo de exclusión. Como plantea Manuel Moreno Fraginals, cuando señala que la esclavitud distorsionó la vida sexual del esclavo, la inmoralidad de la negra y la lujuria de la mulata, mitos que aún se utilizan como recurso a la hora de crear nuestra imagen ( Moreno, 1986 ).

En la conciencia popular ser negra es sinónimo de suciedad, de fealdad, de amoralidad, de entes no pensantes. La población negra, en su mayoría, procede de la pobreza, de zonas de dificultades, de los barrios marginales y esto ha incidido en la construcción de ciertos estereotipos que nos muestran diferentes, semi-analfabetos, de bajo salario, disponibles para cualquier trabajo relacionado con la sumisión, obediencia, se nos considera como objeto sexual, potencia de prostituta, buena en la cama. El hecho de que al aun no dejamos de ser un grupo vulnerable se dificulta más modificar el imaginario.

Las mujeres negras agredidas incluso hasta cuando se intenta un elogio, “ella es negra, pero de alma blanca”, o como el símil que emplea la escritora Zuleica Romay, cuando señala: “ella es una Altea”, es decir una confitura que es de masa blanca por dentro y forrada de chocolate solo por ser una negra inteligente. Este libro de Romay: El elogio de la altea o las paradojas de la racialidad hace visible las ausencias de una conciencia racial y muestra “la necesidad de que las representaciones sociales de lo cubano requieren constituirse en torno a un hibrido equilibrador de colores y cultura” (Romay, 2012).

Estas valoraciones ya casi naturalizadas han limitado la posibilidad de asumir nuestra identidad, de tomar conciencia de lo que somos; mujeres con el poder de lo sagrado, de la trascendencia, símbolo de continuidad y permanencia, de paz y sabiduría, de creatividad capaz de desbordar los limites materiales y esclavizante. Siempre presionadas a crear alternativas de supervivencias hasta el día de hoy.

Ser mujer negra conlleva un gran costo y si además es lesbiana se hace más evidente la diferencia de lucha contra la opresión patriarcal con relación a la blanca, pues se le suma además que deben luchar contra el dominio colonial a nivel mental, por la historia marcada de la esclavitud y por ende con el racismo. Entonces como refiere en su poema Lorde…“Estar juntas las mujeres no era suficiente, éramos distintas”.

Tomado del blog Afromodernidades

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